Ya sabes lo que ocurre cuando las hadas blancas empiezan a bailar.
Sus alas se despliegan, translúcidas, y el aire sube hasta acariciar sus bolsillos en remolinos inaccesibles para la vista de un mortal.
Bailan con un ritmo preciso, del lugar correcto al sitio perfecto en esta maquinaria alba (sin mácula, sin descanso) donde la vida para a repostar.
Un coro de voces murmuran las palabras exactas en cada lugar y momento, en cada esquina gris de un sufrimiento tangible, en cada resquicio de la humanidad ajena.
Por nada lloran donde se les vea. A nada temen, si les estorba.